-¿Dejarías que te la mamara
un joto?
-no chingues, claro que no
-¿por qué no?
-¡cómo que por qué no! ¡Pues
porque no!
-Sí, ¿por qué no?
-Porque no, no mames, es un
joto, están feos
-Un joto joven, bonito, ojo
claro
-No
-Una mamada nada más
-¡No!
-Un joto viejo, ya grande,
mayor, puerco, puercazo
-¡Puta menos cabrón! Ni uno
joven ni mucho menos uno viejo
-Un joto vestido de mujer.
Joven, depilado en todas las partes donde se pueda depilar, rasgos finos, no
tosco como la mayoría de los travestis
-¡Que asco no!
-Huele rico, a perfume de
mujer, al parís Hilton, se ve como mujer, si lo miraras en la calle pensarías
que es mujer, no te darías cuenta de que es un hombre hasta verlo desnudo en tu
cama. Sin implantes.
-¡Puta en mi cama, cómo que
en mi cama, no me lo llevaría a mi cama cabrón!
-Bueno en la cama de un
hotel. Parece una vieja, huele a vieja, se mueve como una vieja, lo topaste en
la calle, te sonrió y decidieron irse al hotel, así de fácil.
-Un acostón no ocurre así de
fácil, se necesitan más elementos
-¿Como cuáles?
-No te vas a la cama con una
vieja que te sonríe en la calle
-Joto vestido de mujer
-Lo que sea no te vas así de
sencillo a la cama
-¿Qué tendría que ocurrir?
-No sé, le invitas un trago
primero, platican, escuchan música y si conectan se hace el encontrón
-Entonces invitarías un
trago, platicarías, bailarías y te cogieras a un joto
-No seas mamón, yo no dije
eso
-Lo acabas de decir cabrón,
que si te sonríe en la calle le invitas un trago y todo lo demás
-Si es vieja sí, yo nunca
dije que si fuera un joto
-Yo siempre lo dije, es un
joto, va vestido de mujer por la calle te sonríe… y tú armaste todo el pedo del
trago y el baile
-Yo no dije que bailara
-Pero si tomar
-Si fuera vieja sí, yo
pensaba en una mujer cuando te explicaba lo del trago, la plática, además nunca
dije bailar, dije escuchar música, yo no bailo.
-Entonces, imagina que estás
pedo, en un bar, no uno barato, uno clase mediera pretenciosa, llega un puto
vestido de vieja, te invita un trago, te pone su mano en tus huevos, te los
aprieta y te dice que los quiere chupar, pero además te ofrece una lana ¿te
dejas?
-…
-¿Te dejas?
-Nel, no deja de ser puto
-Pero no se le nota cabrón,
lo sabes porque yo te lo digo, se ve como una mujer, facciones frágiles, habla
como mujer…
-Y ¿qué sería, sólo una
mamada y ya?
-Sólo una mamada y ya
-¿Estaríamos encuerados?
-Si quieres tú sí, él no
-No, la neta no, para que te
voy a mentir, no le entraría
-Cabrón, que tiene de malo,
es una mamada nada más, es una boca, estoy de acuerdo con que cogerse a un puto
sea diferente a darle a una vieja, pero ¿una mamada? ¿No es lo mismo?
-No, no es lo mismo, las
viejas la maman bien rico
-No todas
-Las que me han tocado a mí
sí, bueno algunas no tanto
-Lo ves. Son bocas, labios,
que pedos tendrías si un joto te la chupa, es una mamada
-¿De ahí viene la expresión?
-¿Qué expresión?
-Lo de una mamada
-Lo ves, seguramente sí, es
una mamada no tiene importancia, una mamada de un joto ¿qué te va a pasar?
-Me da mucho asco la verdad
-Pero tú no le vas hacer
nada a él, sólo vas a dejar que te baje el pantalón y haga su chamba, es todo.
-Si estoy pedo y pedo es
estar un punto antes de hasta la madre sin pasar todavía la pequeña línea que
divide un buen palo de un gran fracaso, el puto parece vieja, maquillado y no
se encuera chance y sí.
-¡A huevo!, si todos tenemos
un pinche mayate dentro
-Pero la situación debe ser
exactamente así como te la describo
-Como sea, dejarías…
¿Tendrías cargo de conciencia al día siguiente?
-¡Puta ya cabrón ¿por qué
tanta pinche pregunta?!
-No, no, sólo por saber,
saber si mi amigo sería capaz de dejar que un joto se la mamara. Gracias mi
amor te encargo otras dos y un limoncito partido en cuartitos, así pedacitos
chiquitos, como tu boquita, con sal corazón, gracias.
-Quién es esta vieja guey no
la había visto.
-Es la Güera Morena, es su
segunda semana aquí
-No la había visto
-Porque no habías venido
guey. Gracias mami, ponte unas rolitas no, las que quieras.
-Mucha pinche familiaridad
cabrón, si no te conociera diría que te la estás cogiendo
-Tú porque no vienes, te la
pasas en puros pinches congales de mala muerte últimamente, si no llego por ti
el lunes tremenda madriza te habrían puesto
-Ya andaba muy pedo.
-Trabajaba en La Cascada,
ahí la conocí. Mira como camina, pon atención.
-….
-¿Qué ves de raro?
-Nada
-Mírala bien cabrón, a la
altura de las nalgas
-No cabrón no le veo nada
raro
-Esa vieja era coja, es la
única vieja que se ha curado de una cojera
-Ah chingado, ¿qué tenía o
qué?
-¡Le aplicaron mal una
inyección intramuscular!
Tres monedas de cinco pesos
fueron depositadas una a una en la rocola, el primer track que se accionó fue
“Quítate la máscara” de Rigo Tovar y su costa azul, al interior del aparato se
mostró una pequeña fotografía del cantante mostrando su torso desnudo y su mano
derecha sobre la parte izquierda del pecho.
Quítate la máscara ven a gozar
Quítate la máscara ven a bailar
Quítate la máscara ven a cantar
Quítate la máscara ven a bailar
La máscara de amargura cámbiala por ternura….
La güera morena era
una niña de raíces humildes como dicen que son los políticos cuando andan
encampañados, hija única de un matrimonio donde su padre era veinte años mayor
que su madre.
Su infancia la vivió
como la mayor parte de los hijos de familias humildes de este país; de la
chingada, en medio de una colonia con calles sin pavimento, rodeada por maleza
que cada mañana amanecía con cenizas y fuego extinguiéndose, con parques
recreativos en condiciones deplorables que sólo sirven para anidar mal
vivientes escribirían los diarios locales y nacionales. Un barrio de vecinos
ignorantes, sin educación, de ningún tipo, empleados de maquilas extranjeras
que no pagan impuestos y otorgan sueldos miserables a cambio de doce horas de
trabajo.
Sus juegos eran en la
calle con amigas de mayor o menor edad que ella, en su barrio las generaciones
convergían, jugaban con pelotas desinfladas, jugaban a la escolta usando un
palo de escoba como portabandera, muestra de que el pinche nacionalismo
cacaraqueado por el partido hegemónico llegaba a cualquier rincón del país,
como prueba de que no había pueblo apartado del pensamiento revolucionario.
Su vida corría así
sin más, sin sueños, no tenía ejemplos más que su madre, una morra treintona
con apariencia de cuarenta, chonchita, de cabellos pintados de güero, con pinta
de güera de rancho. Trabajaba en la maquila como todas las vecinas, su sueldo
apenas le alcanzaba para mantener la casa y comprarle una que otra inyección al
enfermo de su marido, cincuentón pero tan jodido que parecía de setenta, tenía
diabetes.
Cuando sea grande voy
a ser como mi madre, bien chambeadora, le voy a comprar una tele grandota y a
colores para que vea a gusto la María Mercedes amá, decía la pobre niña
inocente, no sabía todavía del par de telenovelas que más tarde integrarían la
trilogía de las Marías de la primera actriz del país, desconocedora aún de que
años después sería conocida como La Güera Morena mesera de La Cascada. La tele
sí se la compró, pero ya cuando la gorda estaba a punto de morir, víctima de un
mal puesto diría en sus últimas palabras.
El viejo se murió
luego luego, de la diabetes, le cortaron una pierna y luego perdió la vista, a
los días se le paró la máquina. La morra enviudó y como todavía se sentía con
buenas carnes, decidió rejuntarse con un bato compañero de la maquila, después
de guardar un año de luto.
Su nuevo marido
experto en las artes amatorias le exigía una criatura como prueba de su amor,
quería hacer familia, quería un varoncito para presumirlo entre sus amistades,
cual trofeo ganado en una copa futbolera de barrio, quería un varón para que
heredara del padre esa hombría que le había sido otorgada por los mismísimos
dioses.
Hubo broncas, la
gordis no podía embarazarse, se hizo pruebas, a solas, fue a visitar al
ginecólogo para que le diera el diagnóstico de la falta de panza. El médico le
hizo ver que ella era más fértil que una coneja, que el del pedo era su marido.
En ese momento se le
vino el mundo encima, no sabía cómo enfrentar tal situación, cómo decirle a su
amor que él era incapaz de procrear, cómo lo tomaría. No se equivocó, aquello
fue una lluvia de objetos caseros quebrándose contra el piso terroso, aquél
Mauricio Garcés de colonia maquiladora no podía concebir que sus güevitos
estuvieran tan secos como caja chica de tesorero municipal.
Después de darle sus
madrazos a la pequeña y fértil bodoquito, se tiró a la bebida, lo corrieron del
trabajo, lo entambaron tres días por miar en la vía pública frente a una señora
de alto linaje, se cagó en sus pantalones. Los gastos de la casa corrieron una
vez más a cargo de la sufrida madre, el pinche destino cruel y culero le jugaba
la misma mano de nuevo.
Esta difícil y
extenuante situación llevó a la hija del hogar, cuando ya estaba en la
secundaria, a trabajar embolsando los productos que la gente compraba en un supermercado
que recién abrían por aquellos rumbos de la ciudad. La tienda no le daba un sueldo,
así que sólo trabajaba a cambio de la propina que recibía de la gente de gran
corazón y buenos sentimientos. Esta práctica fue tan efectiva para los gerentes
de las tiendas que después involucraron a ancianos en el embolse, se convertían
así en productores de caritas tiernas y miradas cansadas capaces de
incorporarse al mercado laboral y los mantenían ocupados, mientras ellos se
regocijaban con las ganancias producidas y la conciencia les quedaba tranquila
pues estaban ayudando a un sector tan vulnerable como los ancianitos.
Ya en la secundaria
le vino la primera menstruación, estaba dando el paso de niña a mujer, las
tetas le comenzaron a crecer, las caderas a ensanchar y todo ese desmadre que
lleva los cambios cuando el ser humano entra a la adolescencia.
Al puto desempleado y
borracho del esposo de su madre se le antojó.
De hoy en ocho vida mía, entre tus brazos estaré
De hoy en ocho vida mía, con besos yo te cubriré
Esta corta y triste ausencia, por fin me hizo descubrir
Que necesito tu presencia, que ya no puedo estar sin ti
Uh vivo sólo….uh no sé qué hacer…que eres mi reina y mi
tesoro…
Se escuchó en la
rocola la voz de Franky Gámez de Los Apson, en la carátula que mostraba la
máquina aparecían los cinco músicos de medio lado apoyados sobre sus
respectivos instrumentos, sobre un fondo verdoso, vestidos con un saco gris,
como título, en letras blancas, no hay amor… Los Apson.
Al barrio polvoriento
con vientos primaverales de tres de la tarde, una hora en la que la mayor parte
de los vecinos está trabajando y los menores no salen a la calle por respeto al
calor de 38 grados a la sombra, llegaba trastabillando el alcohólico
empedernido. A su paso golpeó un pequeño triciclo inservible con los fierros al
rojo vivo, los escasos cables de luz eléctrica sostenían un par de zapato tenis
arruinados y justo antes de entrar, un cuervo se apostó sobre el pequeño árbol
de algodón que había en la entrada de la casa, cual pitonisa del trágico hecho
que estaba a punto de ocurrir.
Dentro de la casa en
la sala, la menor hacía su tarea, pegada a un pequeño ventilador que sólo
funcionaba en la velocidad número dos, gotas de sudor le escurrían por la
frente mientras intentaba resolver raíces cuadradas, las sienes mojadas por el
esfuerzo tratando de memorizar las capitales de los países del continente, en
su cabeza se preguntaba para qué le serviría saber las capitales de
Latinoamérica si ella nunca visitaría esas tierras tan lejanas, no lograba
memorizar la biografía de Benito Juárez que copiaba de una pequeña estampita a
su cuaderno Scribe, el sudor bajaba
por su espalda por el gran esfuerzo que hacía al intentar aprenderse por orden
de importancia los héroes que nos dieron patria.
A la puerta llegó el
borracho de su padrastro, oliendo a cerveza, cigarro, orines y caca, todo
junto.
El cuadro era como
película de Luis Buñuel, actores reales en situaciones reales.
Después de anotar el
número siete en su libreta, su padrastro murmuró, como lo hacen los borrachos,
no se le entendió nada, como a los borrachos, la pequeña se asustó mucho, tomó
su libreta y con ella se cubrió el pecho, como si fuera un escudo, el ebrio
caminó hasta ella y le olió el cabello. Váyase, ya sabe que mi amá no lo quiere
ver así, ni yo tampoco, le dijo armándose de valor.
La primera escena
terminó con el cabrón encima de la niña después de un forcejeo, una cachetada
en el inocente rostro y una inmovilidad a causa del terror.
Comenzó a besarle el
cuello, las mejillas, olía su cabello y le decía –la gorda de tu madre no puede
darme un hijo, pero tú si vas a poder verdad- la jovencita estaba en shock no
podía moverse. Metió la mano bajo su falda del uniforme azul de segundo de
secundaria y comenzó a bajarle sus pantaletas rosas, en ese momento entró en un
segundo shock.
Introdujo en su
vagina virgen un dedo oscurecido por la mugre, lo que provocó un tercer shock
en ella, se quedó con la mirada perdida hacia la puerta que había quedado
abierta. De pronto sin más, apareció Don Benito Juárez con su traje gris buscando
goma para peinarse, nada pudo hacer pues ella no sabía aún la importancia de este
personaje en la historia de su país, así que Don Benito después de encontrar
gel para el cabello, se apresuró a la cocina y sacó del refrigerador un litro
de leche y comenzó a beberlo.
Por la puerta entró un
deforme país llamado Argentina, no sabía caminar, no sabía si iba o regresaba,
no tenía color, ni podía hablar, pues la pequeña no sabía qué era eso de La
Argentina y mucho menos su capital, así que La Argentina cayó al suelo y
lentamente se desvaneció.
Quien sí pudo
conversar con ella fue el número siete quien entró acompañado del cura Hidalgo
que sostenía una pequeña campana, se sentaron junto a ella y comenzaron a
cantar las tablas del siete y del ocho, pero los dos se trababan al llegar al
ocho por nueve y comenzaban de nuevo. El cura se puso de pie e hizo sonar la
campana, el badajo cada vez era más grande y los ruidos cada vez se hacían más graves
y lentos, desde la cocina con el vaso de leche Don Benito miraba el ritmo de la
campana y el dedo sucio del padrastro alcoholizado. Afuera en la calle, el
cuervo pitoniso se echaba a volar.
Justo en la campanada
número doce, se escuchó el golpe seco de un trozo de madera estrellándose
contra un cráneo, Don Benito apuró el trago de leche y desapareció, el siete e
Hidalgo desaparecieron al llegar al ocho por nueve. Catorce garrotazos le
deformaron el cráneo al padrastro.
En el piso un cuerpo
nadando en sangre, sobre el sofá roído una estudiante de secundaria con el uniforme
manoseado, tres pasos frente a la entrada, con el sol resplandeciendo sobre su
espalda haciendo que su contorno luciera más grande de lo que era, con su
rostro salpicado por la sangre, sosteniendo con su mano derecha un garrote
mientras ofrecía su brazo izquierdo a la menor, estaba el paco; el amor de la
vida de La Güera Morena.
No metieron al bote a
nadie, fue en defensa, en un barrio olvidado, el muerto era un pobre diablo,
además, se previno una violación, pero lo que no se previno fue una fuerte
infección en las partes íntimas de la menor.
Después de la visita al ginecólogo del seguro social, el mismo que
le había dicho a la choncha que era tan fértil como las tierras del norte del
país, le recetaron doce inyecciones de amikacina o una mamada de esas para la
infección. Eran tan fuertes que dolía más el líquido entrando en la nalga que
el piquete mismo.
Cualquier barrio que
se haga llamar barrio, tiene una señora que le sabe a esas cosas de la jeringa,
este no era la excepción. No es difícil decía, partes la nalga en cuatro y en
la esquina superior derecha para nalga derecha y superior izquierda para nalga
izquierda ahí va la aguja. Tenía buena mano, no hacía moretón. Era la seño
encargada de la CONASUPO.
Pero cuando todo
parecía ir por buen camino, cuando la gorda estaba bajando de peso y comenzaba
a salir con un pastor de una iglesia cercana y eso ya era mucho pedir para
ella, cuando los calorones de la chingada estaban por irse, cuando el
presidente municipal mando a pavimentar la calle principal donde se ponía el
tianguis en la colonia los domingos, cuando era día de la inyección número
once, todo valió madres.
La señora que
inyectaba hizo el ritual correspondiente, le bajó la pantaletita rosa por el
lado izquierdo y se apendejó mientras miraba el final de la telenovela, no
podía estar con un ojo allá y el otro acá, así que después del grito que pegó
la niña volteó a verle la nalga y se dio cuenta de que no la puso en la parte
superior izquierda. De inmediato corrigió, pero ya era demasiado tarde, la niña
sintió que se entumecía toda su pierna y desde entonces quedó con una cojera
que a decir del pueblo sería incurable.
-Voy a echar una
miada, aguántame las carnes
-¿Pido otra tanda?
-Simón.
-…
-¿Después que pasó?
-Nada, se quedó coja y ya
-No mames, no está
coja mira que bien mueve el culo
-Ah, se curó, mírala,
¿tiene bonitas nalgas no?
-¿Cómo se curó?
-¡Con un brujo,
cabrón!
Para llegar a ser la
Güera Morena tuvo que pasar por un proceso de destilación.
Se hizo novia del
paco, él la rompió, le robó su virginidad, estaban enamorados, era su último
año de prepa, comenzaban a chupar, y en una de esas peditas chaqueteras, se
hizo la machaca.
Bailaron, se besaron,
se tocaron, se calentaron y se fueron a un cuarto, la fiesta fue en otra
colonia, menos popular, como escriben los diarios locales y nacionales cuando
es noticia una colonia con altos índices delictivos, P-O-P-U-L-A-R, como el
candidato a la presidencia municipal que había llevado una pipa llena de agua
para rellenar los grandes tambos de agua que había en los patios de la colonia,
ahí donde la morena que aún no era güera miraría los primeros reflejos de la
luna enamorada y las estrellas compañeras fieles.
Hicieron el amor como
dos jovencitos enamorados; a lo pendejo, sin condón y mal hecho, el guey se
vino en chinga y se quedó dormido de lo pedo que andaba, ella lo abrazó y
suspiró mientras lo veía dormir. Cuando despertó regresaron a la acción, pero
esta vez duró menos y durmió más.
Duraron dos años de
novios, con el tiempo aprendieron las artes del amor, terminaron la prepa y ya
los esperaba la maquiladora remodelada, con mejores salarios para los que
recién terminaban la preparatoria, mejores puestos para aquellos que fueran
capacitados dentro de la empresa, el futuro a la vuelta de la esquina.
El día llegó, nuestra
pequeña aventurera estaba convertida en una mujer, era tiempo de pintarse los
cabellos como su madre, rubios, atractivos, las rubias tienen más pegue.
Su piel morena como
la de su difunto padre y el tono rubio que escogió en la estética unisex
animada por sus amigas le dieron el mote de La Güera Morena. Pero eso no fue
hasta que entró a trabajar a La Cascada. En la maquila fue un éxito, un par de
conquistas siempre arrepentidas por el gran amor que le tenía al paco, que
trabaja en distinto turno y tenía poco tiempo para verle.
-¿A pesar de la
cojera se la tiraban?
-Claro cabrón, por
qué no
-¿está raro no? La
pinche pata tiesa y la chingada…
-A ver cabrón,
¿dejarías que te la mamara un joto y no te cogerías a una coja? Tú sí que estás
cabrón
-No sé a ti, pero a
mí no se me antojaría
-El pedo de la cojera
tenía un plus, siempre estaba el morbo para ver cómo acomodarla, cómo se movía,
el esfuerzo por darle una buena trapeada era lo que motivaba a los ñeros
maquiladores, así que la güera antes morena era un éxito.
Pasó el tiempo sin
ninguna novedad, como pasa el tiempo para la clase jodida, un día o dos de
descanso a la semana que se iban viendo la televisión, alguna fiesta que
terminaba en pleito de borrachos, días de vacaciones incompletas a causa de que
se terminaba primero el dinero que las vacaciones, que no eran más que días en
los que la televisión duraba más tiempo encendida de lo común.
La gorda cayó en
cama, para esa fecha ya era más grasa que otra cosa, los cachetes comenzaban a
comerse su boca. Murió a los dos meses, no supieron de qué. La enterraron en el
panteón municipal, un lugarcito que encontraron barato.
Cuando fue a visitar
a un brujo para buscar explicación, este le dijo que las almas hay que dejarlas
descansar, que alguien la esperaba en el más allá, que no averiguara nada.
Justo antes de salir
del consultorio del médico brujo, éste le gritó ¡Detente! Llevas años cargando
esa pena, es tiempo de que te la quites, de que seas libre, de que vivas de
nuevo. Volteó a verlo, no entendía de qué hablaba. Doctores, sobadores, todos
han querido ayudarte pero nadie lo ha logrado, porque eso no es cuestión de
salud física, sino del alma, es una carga que lleva tu alma y hoy te libraré.
Entendió que se
refería a su cojera, asintió con un movimiento de cabeza y pasó al camastro que
tenía el viejo.
La encueró, la tocó
por todas partes mientras la habitación se llenaba de humo, olía a mota, el
viejo encendía uno y otro cigarrillo, le puso uno en sus labios, exhaló, no era
mota era algo más fuerte, se quedó dormida.
Abrió los ojos y
encontró a Benito Juárez con una larga bata blanca tocándole los senos, sin
morbo, decía, la Iglesia y el Estado, la Iglesia y el Estado, el Estado y la
Iglesia, le sobó la pierna coja hasta ponerse caliente, de ella salió un cura
blasfemando mientras una monja le chupaba las bolas, es fácil lo ves, la
Iglesia y el Estado, el Estado y la Iglesia continuaba explicando Don Benito
mientras tallaba la pierna coja. Cerró los ojos.
Al abrirlos de nuevo,
estaba el cura Hidalgo, con su campanita, que ya no tenía badajo, no pudo hacer
nada, pero el número siete sí, le tocó las tetas alternadamente mientras
recitaba la tabla del siete y del ocho, sin ninguna interrupción, lo ves es
fácil, siete por uno siete, siete por dos catorce, siete por tres veintiuno….
Cuando despertó
estaba envuelta en una pequeña bata blanca, a su lado en una silla, el anciano
con los ojos rojos por el humo. Lo ves, es fácil, estás curada. Se puso de pie,
de su vagina escurría un pequeño líquido cristalino producto de la excitación
que le había causado aquél ritual, se miró al espejo y vio en sus ojos un
brillo que hacía mucho tiempo no miraba y el reflejo de ella jugando a la
escolta con un palo de escoba como portabandera caminando por las calles empolvadas
de su infancia.
Desde ese día del
ritual, su cabello rubio con raíces negras quedó así para siempre. La cojera se
fue, se puso más buena y se salió de la maquila dispuesta a triunfar. Su amado
paco se fue pa’l otro lado.
Cantó en un par de
bares, canciones de Thalía, lo hacía bien, el pedo era la clientela, qué pinche
borracho iba a una cantina a escuchar una canción de Thalía. No le quedó otra
que ser mesera y ahí sí, en algún momento de peda un cabrón lo dijo… ¡qué buena
está esa pinche vieja, grandota, nalgonzona, chichona!… ¿cuál? ¡Aquella, La
Güera Morena!
-Está buena todavía
-Todavía, se
mantiene.
-Se liberó de todos
los demonios
-Sí, de todos, para
venir a enfrentarlos cara a cara. Aquí.
-Oye guey, ¿traes
cambio?
Te juro que te amo…
Afuera está lloviendo por dentro estoy temblando porque
tú te vas…
Porque yo me iré
Muy pronto partirás…
Muy pronto partiré
Un tren desconocido pronto tomarás.
No queda mucho tiempo,
Te juro que te amo ahora estas llorando
Más porque llorar…más porque llorar
Si es que tú volverás si es que yo volveré…
Y todo aquello nuestro tú recordarás
Y mi sentimiento no lo cambiaré jamás
Aunque sufra este tormento me quedas tú