sábado, 30 de abril de 2011

El anonimato triste de Don Joaquín

Todos los días le miraba pasar en punto de las cinco de la tarde, puntual como el caminar de su reloj desconsolado que esconde bajo su mano vieja, arrugada, cadavérica, manchada por los amores que se fueron y aún le esperan en el balcón de la inmortalidad.
Anda a paso lento como si contara los segundos que le quedan en este mundo, pareciera que por cada paso que da un recuerdo retumbara en su memoria y sonríe, le sonríe a la vida que le muestra el vestíbulo del hogar que ha de llevarlo a la habitación del descanso eterno. 
Viste por el sólo hecho de hacerlo, ya no va a la moda o la moda ya no va a él, pantalón gris, zapato negro siempre limpio, camiseta interior para soportar el desgastante sol de verano y un sombrero corto que se aferra a cubrir los caminos que ha dejado el tiempo.
Dieciséis pasos recorre desde el momento en que gira sobre la avenida hasta que pasa frente a mí y es ahí en donde empiezo a cuestionarme sobre su vida, sus años, sus romances, sus logros y derrotas, es cuando mi mente traza las incógnitas de aquel viejo que camina todas las tardes con un rumbo fijo pero a la vez sin sentido.
Al verle me doy cuenta de que el destino final es el mismo para todos, un cuerpo desgastado por el ir y venir de nuestras necedades que nos enmarañan la existencia, el lento andar; cansados de buscar y de interpretar las verdades a medias que se nos dibujaron en la frente y que sólo fueron vistas a través de los espejos que esperan ya sin vida, ya rotos con un reflejo distorsionado incapaz de revelarnos tal como somos o probablemente sea la discapacidad de aceptarnos en la decadencia.
Pudo haber sido testigo como padre de familia de los movimientos estudiantiles reprimidos por el Estado, vio cómo se derrumbó el muro que dividía a la razón esperanzado de que lo mismo sucediese en todas partes del mundo, debió haber perdido su hogar en el Gran terremoto que sacudió a la ciudad entera. Se sorprendió de las nuevas enfermedades que azotaban a aquellos que no seguían las reglas tradicionales, no entendió las apariencias en las nuevas generaciones, fue testigo del cambio de gobierno en el país algo que jamás imaginó. Se enamoró de la jovencita de la familia adinerada, es probable que se la haya “robado”, procreo hijos, se separó porque nunca pudo ser aceptado en la casa de su novia, se volvió a enamorar ya no con la misma fuerza que antes, buscó con quien pasar los últimos días de su vida y la encontró pero no contempló que ella se iría primero y lo dejaría de nueva cuenta llorando un amor, pero esta vez un amor viejo.

La vida de El viejo se evapora lentamente como si el calor se lo llevara consigo, por cada día es una arruga más, por cada arruga una historia más que me imagino. Lo contemplo desde mi banca mientras fumo un cigarro, estoy en tratamiento para dejarlo, cada día es menos, probablemente él nunca fumó o no se le arraigó el vicio, de haber sido así no se miraría tan sano para su edad o tal vez nunca haya dejado de hacerlo, he conocido de ancianos que fuman y no tienen problema alguno y también de quien ha dejado de hacerlo y comienzan a enfermar, espero yo no ser el segundo caso.
Tal vez me equivoco y las historias que vivió sean totalmente diferentes, que nunca se enteró de los movimientos sociales en el mundo, de las enfermedades de fin de siglo, que nunca se haya enamorado de aquella joven y que menos haya sido abandonado, es posible que su vida sólo fue en el campo, que su eterno amor fue la tierra, la siembra, el ganado y que con ellos hubiese contemplado las puestas del sol, el frio amanecer de noviembre, los atardeceres rojizos de verano y que las estrellas hayan sido testigos de su romance con la luna desvanecido por los fuertes vientos que sólo se pueden disfrutar en el campo, en lo despoblado, y que por accidente llegó a la ciudad.
Sí, es probable que así haya sido, que el campo le otorgó otra realidad, distinta a la que enfrentamos todos los días en el asfalto, una vida de felicidad contemplada en su relación hombre-naturaleza, esa felicidad que se disfruta cuando sentimos la libertad plena. Y puede ser que no conozca más allá de eso, pero a él no le importa, porque ¿qué puede ser más subjetivo que la vida misma?
Es jueves y estoy sentado en la misma banca de hace dos días, recién enciendo un cigarrillo mientras miro que el reloj marca las cinco en punto, no tarda en pasar el viejo. Cinco con diez y comienzo a preocuparme lo que me lleva a encender el segundo cigarrillo de la tarde, él nunca se retrasa. Dieron las seis de la tarde y no pasó.
La siguiente semana estoy puntual ya no con un cigarrillo en mis labios ahora bebo una taza de café negro para calmar los nervios, miro el reloj queriendo que el tiempo no pase demasiado rápido pero no puedo detenerlo y una vez mas me dice que el viejo no pasará, son las seis con diez y nada, el viejo ya no pasó.
Una semana después me entero de que lo que le daba vida a mis tardes soleadas era aquel hombre que pasaba todos los días frente a mí y que su vida que un día imagine triste y repleta de cuadros empolvados era lo que le daba sentido a la banca que me acompañaba por esos instantes antes de regresar a mi alcoba vacía que intento llenar con mis pensamientos, escoltado por aquellos hombres tan amables que visten largas batas blancas.
Hasta que aparezca de nuevo con su lento andar, con su sombrero corto y su reloj empuñado en su mano derecha, ahí quedará la banca vacía que lo miraba pasar todos los días en punto de las cinco de la tarde.

viernes, 29 de abril de 2011

La Reina de la ruta 10


Vale por un pasaje, primera clase. Cuando leo esa leyenda en mi boleto de autobús me encierran una serie de dudas, banales todas ellas pero una vez repetidas son capaces de hacer que escape el paranoico que llevo dentro, ¿esto es primera clase? ¿Habrá segunda clase? ¿Cuánto será el costo de una segunda clase? ¿Por qué se dividiría en clases un autobús urbano si todos los que lo tomamos somos parte de una misma? ¿algún día veré en mi autobús una señora de las lomas?.... en un costado sobre una ventanilla en mal estado… el boleto ampara el seguro del viajero… qué seguridad me puede brindar un autobús en ese estado, ventanillas incompletas que dejan entrar el fuerte viento otoñal que podría ser el preámbulo de una historia de amor pero que en esta ocasión sólo refleja el exceso de velocidad con el que el conductor se dirige, no quiere llegar “quemado” seguramente. 
La primera parada de la ruta es en geranios y calle 12, baja un grupo de estudiantes, a chiflidos logran hacer que el conductor abra la puerta trasera, apenas y abre, la corriente que genera o tal vez las líneas que permiten la apertura y cierre se encuentran en mal estado como la mayor parte de la unidad. Sube una corpulenta señora de edad madura, nunca entendí porque hay edades maduras, un cincuentón le calculo, tal vez sean menos, pero su excesiva gordura hace que aparente mas, una papada que alcanza a formar una segunda cara, enormes trozos de grasa en su estómago que dan forma a dos pares de tetas mas uno debajo del otro sucesivamente, se toma del primer barandal disponible dejando ver un tremendo brazo con “ala de murciélago” llamado así por los ególatras y necesitados de atención que pasan horas en gimnasios, ella no necesita atención, mas bien le sobra, deja caer su enorme trasero sobre el primer asiento de la columna derecha, cedido por un joven caballeroso que porta una serie de papeles en sus manos y usa ropa “de vestir”, viste muy mal, pero para él es su mejor presentación, para verte bien no necesitas gastar mucho dinero, con vestuario barato y sabiendo combinar puedes lucir como rey, a mi nunca me ha gustado usar ese tipo de ropa, ni zapatos, los uso porque mi trabajo me lo demanda, y el peinado, la goma dejo de usarse hace años, seguramente regresa a su casa agotado de repartir curriculums en uno y otro negocio…¿curriculums? o ¿curricula?...
¡Pero que culo tan grande tiene esta señora! en qué momento transformó su cuerpo de esa manera, siempre he pensado que la gente es gorda porque quiere. ¿Por dónde diablos podré escapar de este autobús en caso de incendio? Con una puerta trasera en mal estado y una señora gorda tapando la única salida disponible terminaré calcinado, confío en esa salida porque siempre permanece abierta, no lleva puerta que proteja a los pasajeros que van de pie en la hora pico, la hora del tráfico, afortunadamente casi nunca me toca. Ni pensar en salidas de emergencia, las ventanillas son tan pequeñas que aún rompiendo los cristales quedaríamos atrapados entre los marcos, ¡carajo! ¡Estoy atrapado en una bomba de tiempo!
Segunda parada, Bienestar y calle 15, para mi fortuna baja la señora regordeta, mi respiración regresa a su normalidad, no para ella que con bastante esfuerzo logra bajar los tres escalones que separan el autobús del asfalto, lleva un par de bolsas de supermercado, sólo alcanzo a leer Tiendas… por su color son de  Tiendas Más, un supermercado de mala fama situado en el centro viejo de la ciudad, dicen que es barato porque los productos están a punto de descomposición, no me consta nunca he ido ahí, yo siempre hago mis compras en el abarrote de mi colonia, no como mis vecinos que no dejan de visitar los supercitos rápidos que se han propagado como la peste por toda la ciudad haciendo tronar a los tenderos.
¡Pero que señora más floja! sólo fueron dos calles las que recorrió en autobús, reafirma mi idea de que esta gorda porque quiere. No sube nadie, el chofer continua el camino ambientando con un fondo musical, lo mismo suenan canciones de Conjunto primavera que canciones norteñas, se las sabe todas, se escucha “quiéreme como soy”, interpreta El Sable, un tipo que no solamente desentona, además es horrible, lo miré por accidente en la televisión en un programa musical, de esos que pasan los sábados por la tarde en el canal local, en esa ocasión usaba botas, sombrero, pantalón wrangler y camisa de seda con un estampado en la espalda de un gallo colorado, no se mucho de moda vaquera pero a simple vista parecía que sólo el pantalón era de marca, es del sur, como muchos otros se quedó en la ciudad gracias a sus intentos fallidos de cruzar para “el otro lado”, no se cómo adquirió esos gustos que no le van nada bien.  
Antes de llegar a la siguiente parada el chofer avienta un par de madrazos a igual número de conductores que según él se le atravesaron, nos mira por el retrovisor quejándose… ¡que pendeja es la gente para manejar, qué no ven que me estoy cambiando de carril! En respuesta sólo se escuchan algunos claxons, la verdad es que no es conveniente meterse con los choferes ni de esta ni de ninguna otra ruta del sur de la ciudad. 
A punto de llegar a la siguiente parada anticipo un arribo de pasajeros suficientemente grande que me hará encoger aún más las piernas en esos diminutos asientos, el tipo de los curriculums se cambia de asiento una vez mas, en total somos cinco, en el asiento final, el “de hasta ‘tras” una tercia de cholos, cholos viejos que adoptaron la moda casi desde su nacimiento, serán cuando mucho segunda generación de cholos, de esos cholos buen pedo, de los que ya tienen una vida tranquila junto a un trabajo estable, con familia y casa, seguramente tatuados hasta la madre, solo alcanzo a ver letras que salen por sus cuellos como si quisieran trepar hasta sus caras, llevan sudaderas y sus clásicos “caquis”, calzan nike cortés, negros con el logo en blanco, solo uno usa barba, “de candado” por supuesto, los otros dos son lampiños, el cabello corto echado hacia atrás, con muy poca goma, algo discreto no como el de los curriculums, en sus manos cada uno lleva un mandil, tal vez sean panaderos, o tortilleros, o algún otro oficio que pudieron aprender en el reclusorio de la ciudad.
¿Por qué a los cholos les gusta sentarse atrás? ¿Será que piensan retomar sus vidas pasadas y viniendo desde atrás nos toman desprevenidos a todos? Por si o por no mejor me siento de lado, así tengo visión hacia ambos lados del microbús y mi espalda queda resguardada por las ventanillas, justo delante de la única que esta obscura.
Tercera parada. El micro se llena, calle 18 y Madero, es la parada en la que mas gente sube, como si algo dentro de mí me hubiese prevenido haciendo que me sentara de lado, mi asiento de junto es el único que queda vacío, ah! y el de los cholos, el de atrás.
Frente a mi una mujer joven, de 25 a 30 años, cabello rubio dejando ver sus raíces negras, ondulado, de largo apenas y supera sus hombros, usa unos enormes lentes de sol, tapan la mitad de su rostro, dejando ver unas mejillas un tanto redondas y grandes contrastando con su boca pequeña, labios delgados y muy rojos. Una chamarra que parecía no ser de su talla me impedía mirar su cuerpo, no me pierdo de mucho, no deja de hablar por su móvil, discute y cuelga, suena de nuevo, un regueton interrumpido, discute una vez mas, cortante vuelve a colgar, marca y ya mas relajada habla con quien parece ser su amiga, no escucho muy bien, solo quejarse del microbús y de los que vamos en él…
¡pinche vieja mamona pues si no quiere subirse que se compre un coche o se consiga a un vato con uno, pinche vieja, la clásica fashion de camión!... 
Yo tengo mi carrito pero solo lo uso los fines de semana, me lo compré en el otro lado, es un oldsmobile 98, lo tengo enterito, la semana entrante le compro unos rines chingones, tiene sus detallitos pero poco a poco los voy sacando… 
Me acomodo en el asiento mirando hacia el frente, con el único disponible junto a mí, que buena suerte tengo me cae, en el asiento delantero una mamá joven, con su bebé en brazos, tendrá algunos dos meses de nacido, se ve arrugadito y muy velludo, sacará al papá, ¡que bonitos son los bebés!... comienza a llorar inconsolable sólo la madre sabe lo que le pasa…¡ya valió madres!... los niños pierden el encanto al primer llanto, nunca sabes lo que quieren. Aunque no logro verle el rostro completo me doy cuenta que es una mujer muy guapa, una madre joven como muchas de por aquí, no aparenta ser madre soltera, mas bien se ve descansada y disfrutando de su hijo, es hambre lo que tiene el bebé, saca un voluptuoso y un poco rasgado pecho izquierdo de su blusa y lo coloca justo en la boca de la criatura… ¡no mames que buena teta tiene esta doña! Pero que pinche puerco soy es una mamá dándole de comer… ¿y si la gente me ve que estoy morboseando con su teta? Nel mejor me volteo para otro lado…pero es que… 
Le gano la batalla a la tentación y dirijo mi vista hacia El Toledo, un barrio viejo, fundado por las primeras familias que llegaron a la ciudad, invadieron, se quedaron y tuvieron sus hijos, nunca prosperó, al contrario un barrio que refleja la pobreza del lado sur, dicen que de ahí salió el Baudel, un narco que esta preso en Estados Unidos, ni siquiera él ayudo a que mejorara la situación de los suyos, al contrario, siempre se avergonzó e inventó su propia historia, que nació en el otro lado, que sus papas se cruzaron y lo tuvieron allá, no es cierto yo conozco su historia, pero nunca hablo de eso con nadie, no me gusta, no soy como los que presumen que conocen a fulano o zutano, delincuentes todos ellos, no yo no, yo calladito, así evito broncas.
El micro hace una parada inesperada para el resto de los viajeros, no para mí que todos los días viajo en esta ruta y uno que otro que me encuentro de vez en cuando. Es en La Sonora, una calle que cruza gran parte de la ciudad, inicia desde los burdeles, pasa por el centro nuevo hasta llegar a los grandes edificios de la gente de dinero, atraviesa también la zona turística, por ahí esta “El Hooligans” un bar famoso porque ahí toco este guitarrista negro muy conocido que murió de sobredosis como muchos de su época, también tocó un cuarteto de jóvenes de Inglaterra, dicen que eran mejores que los Beatles pero que cayeron en las drogas y nunca se pudieron reponer, eran de Birmingham. Algunas veces visito el lugar, escuchar música y algunas cervezas, nada de socializar.
Por estos rumbos de La Sonora quedan los burdeles. Un alto total y sube ella, he esperado no solo toda la ruta desde que aborde, sino toda una semana para verla de nuevo, me invaden los nervios, mi respiración se agita y mis manos comienzan a sudar, volteo a ver de nuevo el pecho de la señora a punto de guardarlo, ya no me interesa, ensordezco por un segundo, regreso a la escena y ahí esta, tan esperada. 
Cabello rojo y corto rebasando sólo por centímetros sus orejas que dejan caer dos grandes pendientes que aunque sean de segunda contribuyen a disminuir el tamaño de su cara, sus rasgos algo toscos pero bellos, unos labios carnosos y muy delineados, no tan rojos como la chava del móvil, nariz recta y grande, no aguileña sólo recta, con su respectiva caída por el paso de los años, prominentes pómulos no porque sean grandes su cara es demasiada delgada, ojos grandes, café claro, adornados por unas enormes pestañas postizas, haciéndolos lucir por demás hermosos pero que reflejan una mirada triste, perdida, sin coraje, resignada.  
Una mujer alta, delgada pero de huesos gruesos, siempre viste cuello de tortuga, un chaleco que deja ver una blusa blanca entallada que forma una cintura provocativa unida a unas caderas pequeñas, piernas largas y delgadas, viste un pantalón cualquiera. Una sonrisa al chofer es el pago de su pasaje, es conocida por todos los que manejan esta ruta, camina y va justo al asiento que esta vacío… ¡chingada madre se va  a sentar junto a mi que pinches nervios qué hago, por qué chingados me senté de lado que mala suerte!... Y ahí está ella, sentada junto a mí.
Huele a canela, un ligero apenas perceptible olor a tabaco, pero es más fuerte su olor a canela. Apenas y puedo verle la tengo a mi lado, sería muy obvio si volteara, lo hago, luce unas manos largas, huesos que sobresalen a su piel, uñas muy largas, decoradas con vivos rojos y verdes,  pedrería de fantasía en cada una, algunas quince o menos, veo su rostro, sus ojos me miran… ¡chingado ya me torció!... sonríe, no es como la sonrisa con la que pagó su pasaje, es distinta, no es coqueta, es una sonrisa de agradecimiento, como si me agradeciera que la estuviera viendo, y es que no la veo con morbo, la veo con admiración, con encanto, eso es, como si su belleza tuviera un encanto mágico que me transforma, no me convierte en piedra, mas bien es como si mi alma abandonara mi cuerpo que sigue sentado justo en la mitad de un microbús de la Ruta 10 a un lado de la mujer más hermosa que jamás haya visto, no me doy tiempo para fantasear eso lo hago en mi departamento, por hoy sólo quiero mirarle, pero sin que se de cuenta, sin que se note.
Varias paradas más junto al subir y bajar de gente que pasa desapercibida es tiempo de que mi Bella donna baje de su carroza y se dirija a su monumental castillo de algodón construido por el amor de este plebeyo que no hace más que verle pasear por los grandes jardines decorados por la ilusión de que algún día caminará junto a él tomados de la mano y al final se entregarán en cuerpo y alma mediante un beso apasionado. 
La verdad es que no soy para nada letrado eso de la escuela no se me dio mucho, pero cada que la veo recuerdo las películas de antes, no recuerdo los nombres de los actores ni las actrices, pero eso me recuerda ella, la actriz bien vestida, con vestidos largos y peinados de reinas que habitan lujosas mansiones, con chofer, mayordomos, con damas de compañía, una belleza de película, y yo me siento incapaz de conquistarle, como un mendigo, como Resortes o Cantinflas, así… de barrio.
De manera elegante baja cada uno de los escalones, manteniendo su figura, con facilidad, no como la señora regordeta de hace un rato, ¡cuanta diferencia! lento, uno a uno, sensual, deja su olor a canela por donde pasa, va por el suelo bamboleando sus caderas, calza unos tacones altos que le forman un culo hermoso, delgado como toda ella, hermosa. Sobre su hombro derecho cuelga su bolso mientras enciende un cigarro, guarda el encendedor, su mano izquierda sostiene el tabaco, un “malboro rojo” sigue caminando y desaparece a la distancia trazada por el microbús, ahí va mi gran amor, ahí va La Reina de la Ruta 10.
El ruidoso motor del microbús con fondo musical de chico ché cantando “entonces que mami” y un malhumorado “dame chance mai” soltado de un tipo chaparro pero con voz de Barry White que me pide espacio en el asiento de a lado me regresan a mi cruda y minúscula realidad. Para entonces mi boleto ya se encuentra hecho un diminuto rollo humedecido por los nervios, sosteniéndome de los tubos oxidados que sirven como agarraderas me pongo de pie, asomándome a la calle para divisar mi última parada camino hacia la puerta trasera.
¡Bajan!