Todas las noches después de que caía el último rayo del
sol, Ana miraba al cielo para contemplar
las estrellas y la luna.
-¿Te has fijado en lo hermosas que son las estrellas? –
preguntaba la patita emocionada.
-Yo sólo veo un montón de puntos brillantes en la
oscuridad- le contestaba Renata, una rana de barriga verde.
-Observa con cuidado Renata, están acomodadas en perfecto
orden, es como si cayeran de un cielo infinito, es como una lluvia, ¡eso, es
como una lluvia de estrellas!- dijo Ana con asombro.
Lo que Ana y Renata miraban era la Lluvia de Estrellas
número 85, un fenómeno cósmico que pocas veces ocurría, y que según los
astrónomos era el primero de dos que ocurrirían ese año.
A Renata la rana de barriga verde parecía no interesarle
mucho eso de las estrellas y el cielo nocturno, así que se despidió de Ana con
un “croac”, que en el idioma de las ranas y los sapos significa buenas noches y
cerró los ojos después de un enorme bostezo e inmediatamente cayó en un profundo
sueño en el que era una famosa bailarina.
Ana no cerró sus ojos en toda la noche admirando la
ráfaga blanca que manchaba el cielo nocturno, fue hasta muy temprano por la
mañana cuando el primer rayo del sol apareció que la patita andante se quedó dormida.
A la orilla del río, Uga una anciana tortuga de más de
cien años, les contaba historias a los pequeños pececillos que pasaban
presurosos siguiendo la corriente y sólo hacían un alto obligatorio para
escucharle, les hablaba sobre un principito que vivía en un planeta muy pequeño
y adoraba una rosa, también les contaba la historia de un caballero andante que
luchaba contra gigantes, y cuentos de enormes ballenas y hermosas sirenas.
Mientras el último grupo de pececillos se despedía, llegó
hasta Uga, Anizeta, la cigarra más veloz de toda la comarca, nadie agitaba las
alas más rápido que ella.
-Uga, Ana no durmió en toda la noche, sólo miraba el
cielo- le dijo un poco triste.
-Es porque necesita volar, necesita irse de aquí- le dijo
Uga con voz lenta.
-¿Irse?, pero ¿a dónde?, si este es su hogar, todos aquí
le queremos mucho- contestó confundida la cigarra.
-Ana pertenece a una familia de patos migrantes…-
-¿Mi qué?- lo interrumpió Anizeta.
-Migrantes, quiere decir que viajan de un lugar a otro,
es su naturaleza, por eso Ana todas las noches mira el cielo- le dijo con
sabiduría el viejo Uga.
-¿Entonces por qué no vuela?- preguntó la cigarra.
-Porque no sabe aún.
-¿No sabe volar? pero usted me dijo que pertenecía a una
familia de… mmm patos que vuelan muy lejos- le dijo confundida la cigarra.
-Claro que sabe volar, pero necesita saberlo.
-¿Saber que sabe volar?- la cigarra cada vez entendía
menos.
-Exacto, Ana debe saber que en algún lugar del norte, una
familia de patos migrantes la espera- dijo Uga con una sonrisa en su rostro.
Uga por ser el más viejo de todos, conocía muchas
historias, entre ellas, la de Ana y el día en que por accidente la olvidaron en
el río. Su familia apresurada por la migración y porque un grupo de cazadores
los perseguía, se fueron volando sin despedirse y no se dieron cuenta que la
pequeña Ana se encontraba jugando con un caracol de lento caminar.
La cigarra llevó la noticia por todos lados, así que los
amigos de Ana decidieron ayudarle para que emprendiera el vuelo, era algo muy
triste para ellos, porque le tenían mucho cariño, pero sabían que ella sería
muy feliz al lado de su familia, así que eso también les alegraba.
Esa mañana el sol había salido más brillante que nunca,
las hojas de los árboles parecían más verdes de lo común y el agua del río se
antojaba fresca para un buen chapuzón.
-Abre las alas, muévelas y ahora salta- gritaba la
cigarra desde lo alto dándole instrucciones para volar.
-¿Cómo lo hago?- preguntaba Ana agitada por el esfuerzo.
-Muy bien- respondía Anizeta.
La verdad es que Ana poco podía levantar su pequeño
cuerpo del suelo, sus alas no eran capaces de hacerla volar.
-¿Cómo vas Ana?, escuchamos que aprendes a volar ¡eh!
Cuando quieras nadar nosotros te podemos enseñar- Dijeron a coro el grupo de
pececillos nadando apresurados con la corriente.
-Gracias- les contestó Ana –lo tendré en mente.
Después de mucho esfuerzo intentando volar el día se fue,
Ana no logró mucho, pero no perdía la esperanza de que al día siguiente seguro volaría.
Anizeta en cambio, pensó que era una tarea imposible enseñarle a volar.
Renata la rana de barriga verde cantaba alegre sobre un
nenúfar, la luna que asemejaba un enorme pedazo de queso incompleto bailaba
reflejada en las tranquilas aguas.
-Renata, ¿cuando darás un concierto?- preguntaba Ana sin
dejar de ver las estrellas y la luna.
-¿Un concierto, yo?, no, qué dirán de mí, no, que pena-
decía la rana apresurada.
-Si tu sueño es ser bailarina y cantante famosa nunca lo
lograrás cantando durante la noche, cuando todo mundo está dormido, necesitas
que te vean, así admirarán tu talento- dijo Ana.
-Talento, ¿en verdad lo crees?- dijo Renata con los
cachetes rojos de emoción.
-Estoy segura- afirmó Ana.
-Talento, tengo talento, un concierto, para todos, aplaudiéndome,
bailando, la estrella, Renata… -decía la rana mientras caminaba alejándose de
Ana.
-Es mejor que esta noche intente dormir- pensó Ana en voz
alta.
-He escuchado que pronto te irás de aquí Ana- le dijo
Pecillo el pez que nadaba en contra de la corriente.
-Sí Pecillo, estoy aprendiendo a volar, es más difícil de
lo que imaginé, pero Anizeta es buena maestra.
-Persevera Ana, pronto lo lograrás- dijo Pecillo
sonriéndole.
-Pecillo, ¿por qué nadas contracorriente?- preguntó Ana.
-Porque nadando contracorriente puedo encontrar cosas
maravillosas antes que la corriente se las lleve, si nado en dirección de la
corriente jamás me encontraría con ellas, el esfuerzo es mayor pero vale la
pena- le dijo sonriente.
-Qué interesante no lo había pensado de esa manera- dijo
Ana.
-Espero que algún día el resto de mis amigos puedan
entenderlo y naden contracorriente- dijo Pecillo animoso.
-Verás que sí Pecillo- dijo Ana.
Se despidieron con una sonrisa y Ana durmió como no lo
hacía en noches.
Pasaron dos semanas con las clases de vuelo, pero no
conseguía levantar siquiera diez centímetros del suelo, los ánimos de Anizeta
no eran muy buenos, pero Uga la alentaba a seguir con las clases, en cambio Ana
estaba segura de poder lograrlo.
Una noche en que la luna parecía un enorme queso al que
no le faltaba ni un pedazo, Ana cerró los ojos, justo cuando estaba entrando en
uno de sus sueños, la sonrisa de la luna la despertó, se talló los ojos para
verla con claridad, la luna le habló al oído palabras que nadie escuchó, sólo
Ana, cuando la luna regresó a su lugar, las estrellas empezaron a caer desde el
firmamento como si fueran gotas de agua, entonces, las alas de Ana se llenaron
de brillo, rodeada por pequeñas estrellas Ana se levantó del suelo sobre el que
dormía, en un giro mágico Ana estaba volando sobre el río, las risas de las
estrellas despertaron a todos para que vieran a Ana volar, lo hacía con enorme
facilidad, incluso era más rápida que Anizeta, esa noche todo fue fiesta.
La mañana siguiente, Ana empacó sus cosas y se despidió
uno a uno de sus amigos y bajo el sol alegre emprendió el vuelo. Desde el aire
pudo ver a un grupo de pececillos nadando contracorriente, un letrero que decía
“Hoy Renata la rana cantora” y aunque nadie lo sabía hasta entonces, la cigarra
Anizeta tocando el ukulele.
Voló durante todo el día en dirección al norte, cuando la
noche cayó, una lluvia de estrellas la arropó en su largo viaje.
A orillas del río, Uga contaba a los más pequeños la
historia de Ana la patita andante, aunque a veces le cambiaba el título por el
de Ana la patita viajante, pero siempre terminaba con la frase “en algún lugar
del norte se encuentra junto a su familia la patita que nunca dejó de soñar”.
Fin.
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