martes, 28 de junio de 2011

Al final sólo quería un abrazo

El calor que provocan las verdades no se compara con el intenso sol de verano donde las nubes se esconden vanidosas detrás de él sólo para vernos rogar por unas gotas de fresca lluvia, de la misma forma en que lo hacemos por aquellos besos lejanos y los abrazos apagados como candilejas callejeras cuando la noche se ha ido.
El silencio es cruel pero los gritos son aterradores por eso es mejor callar y dejar de pensar, pero, ¡¿hasta cuando?! Cuando la memoria selle los pozos de la traición en donde quedaron ahogadas las ilusiones y los propósitos, cuando el recuerdo se desvanezca como la piel dándole paso a los huesos, ¡pero más rápido! pues tanto tiempo mi cuerpo no lo soportaría, hasta entonces, seré libre.
Nos encontramos aquél viernes de julio, teníamos un par de meses sin vernos, era una de esas personas que consideramos amigas pero que hasta hace poco empezamos a conocerles en el fondo y nos damos cuenta de que comenzamos a apreciarles más. Era una tarde de verano frente al monumento erguido en la memoria de Benito Juárez, era el café Ralo, cruzado de piernas, recargado en el respaldo de la silla donde me sentaba casi con la parte baja de la espalda, mientras con mis dedos pulgar e índice de mi mano derecha acariciaba suavemente el aza de mi taza como si buscara las respuestas en esa actividad al mismo tiempo que mi mirada se perdía en el cielo contemplando el vuelo de las aves, con mi otra mano encendía una y otra vez mi encendedor.
Llegó de sorpresa, me bajó del vuelo en el que me encontraba junto al grupo de pájaros, me puse de pie para recibirla y la invité a tomar algo, aceptó, iba pasando por ahí y no tenía planes el resto del día, además le dio tanto gusto de verme que casi se podía evitar la invitación.
Platicamos de nuestras actividades, le comenté que aún continuaba escribiendo en el periódico y tenía algunas clases en la universidad del estado, ganaba buen dinero y contaba con suficiente tiempo libre para pasear, además recién terminaban las clases por lo que estaba planeando irme de vacaciones, a medias pues tenía el compromiso del periódico pero era algo que podía resolverlo a larga distancia.
Me contó que tenía mucho trabajo, que no se la acababa, la presión del posgrado y los alumnos de la universidad donde daba clases la tenían cansadísima, cuatro años más y me retiro me dijo, me gusta lo que hago pero no es lo mío no es lo que quería de esta vida, ¿sabes? Mi sueño era ser ama de casa, tener muchos hijos y pasármela en mi casa cocinando para todos, en la tranquilidad del campo, ese era mi sueño ¿tu crees?
Admito que me sorprendió escucharla, era buena en lo que hacía, como si le apasionara, en efecto le gustaba pero no creo que le apasionara, lo que ella buscaba era otra cosa y lo conseguiría. Me di cuenta que para lo que a unas personas son los sueños de toda su vida y luchan hasta el cansancio para conseguirlos, para otras es totalmente lo contrario, se encuentran en situaciones por casualidad, casi por accidente y cuando los sueños son en apariencia sencillos tanto que ni siquiera nos podemos dar cuenta que es lo que se busca en la vida no le damos el valor merecido.
Me alegró tanto escuchar aquello, una vida sin mayor preocupación que la de cuidar hijos, procurar su sano desarrollo en el seno familiar y en la sociedad. ¿Y los tuyos? Me dijo.
Otra vez me sorprendió, no sabía la respuesta o tal vez no la recordaba, en ¿qué momento perdí mi camino? Mis sueños se acabaron le dije, se fueron y hoy me queda el día a día dentro de las aulas y en la tinta. No puede ser, me retó, tú un joven idealista que quería cambiar el mundo, al que le apasionaban las letras, el cine y donde veía injusticias en cualquier rincón de la ciudad que te motivaban a buscar la verdad y liberar de las desgracias a los marginados ¿hoy sin sueños?...perdóname pero no te creo.
Tienes razón, pero envejecemos y nos conformamos, necesitamos dinero para comer, para viajar, ya no podemos andar con el cabello largo y de rait por las carreteras sin saber si comemos o no, necesitamos estabilidad económica, un lugar que nos de tranquilidad y un empleo que nos de de comer… ¿y una compañera? Me dijo.
La encontré y la perdí y sinceramente no tengo fuerzas para levantarme le dije. Antes de que llegaras observaba el vuelo de los pájaros, me preguntaba como es que no caen súbitamente y se golpean contra el suelo, creo saberlo, ellos planean la subida, cada movimiento de sus alas es instintivamente planeado (si es que eso es posible en los animales) sienten el aire, saben a donde van, vuelan en grupos y cuando quieren bajar observan en donde aterrizarán, por eso no caen de golpe, porque todo corresponde a una planeación.
Y yo cuando volaba, cuando soñaba lo hacía sin planear, sin mirar más allá de mis posibilidades, me ilusionaba en todo y con todos, los golpes fueron fuertes, las caídas fueron duras, dolieron, me levanté pero ya no para volar, sino caminar en la tierra firme, encontré el par de trabajos con los que cuento y aquí me tienes…
La plática siguió hasta las nueve de la noche hora en que recibió una llamada en su teléfono celular, se despidió de mí rápidamente, salió casi corriendo quedamos en hablarnos luego para visitar a un amigo en común… ¡Hasta pronto!
Me quedé sólo, pensando en lo que era de mi vida, preguntándome quién era yo y si lo que hacia era realmente lo que quería en mi vida, siempre me ha gustado escribir, pero definitivamente no hacía lo que yo había soñado. Después de años de noviazgos de juventud encontré a quien creía era la mujer de mi vida, la ame con todas mis fuerzas tanto que se me acabaron y no he podido amar a alguien más. Me di cuenta que mi amiga y yo compartíamos un poco de ese sueño, el de formar una familia, hijos una madre con ganas de educarlos sin descuidar su desarrollo profesional, un padre haciendo lo mismo educando hijos mientras se desarrolla profesionalmente.
Llegará el día en que vuele de nuevo, pero antes debo de andar por el desierto en el que me encuentro, resolviendo acertijos que se escriben en la arena para poder pasar el siguiente nivel sobre las dunas, arropándome con mis propios brazos en las noches heladas en donde se congelan mis pensamientos y despertar con los potentes rayos del sol cayendo sobre mi frente que suda a raudales como si mi alma intentara ahogar el dolor que se esconde y se aferra al corazón.
Saldré de este desierto, lo abandonaré y me regocijaré en las frescas aguas del mar y no es que el camino sea largo sino que la tormenta es densa y el tiempo camina lento.
Y al final de nuestra charla… ¡Sólo quería un abrazo! 

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