jueves, 16 de junio de 2011

Carta a Yola

Miré tu silueta entrar por la madrugada y cuando quise hablarte ya te habías ido, por la mañana escuché tu voz en la cocina, me levanté de mi cama para darte los buenos días y no estabas, otro día mas la ilusión me jugaba una mala pasada.
Recorto los rostros de las personas que aparecen en los periódicos, lo hago todas las mañanas mientras me tomo el café, dejo de hacerlo cuando acumulo 45. Ya no fumo, ni le doy importancia a las noticias. Saco a pasear a “el negro”, tiene ocho meses esta enorme, ¿recuerdas que tú no lo querías? Cuando lo llevo por el parque la gente se le queda viendo, admirando lo bonito que es, lo suelto un poco, es muy educado no ladra ni muerde a nadie a menos que me ataque algún desconocido.
Me siento en las bancas para tomar el segundo café de la mañana, la gente pasa sudando por el trote matutino que los mantiene saludables, yo no puedo recuperarme de mi dolor de espalda, no puedo hacer ejercicio, quisiera pero no puedo. Las mañanas son frescas, ruidosas en esta parte de la ciudad, una sinfonía de motores de coches pisadas de entrenamiento y canto de las aves, y junto a mi oído el sorbo del café que me recuerda las mañanas en que caminábamos juntos por este parque saludando a vecinos y extraños que sonreían al mirarnos tan enamorados.
Regreso al departamento y ya casi es mediodía, hoy no iré a la oficina dejé a Gabriel encargado de mis pendientes, no tengo ánimos de escuchar a las demás personas, no quiero saber sus vidas, sólo la tuya, ¡saber qué haces y dónde estas! Pero eso no es posible lo sé, cambiaste tu número de teléfono, tu dirección de correo electrónico, cómo no vas a poder hacerlo si hasta cambiaste de lugar el amor que tenías en mí, porque hoy creo que el amor no desaparece sólo cambia de residencia, así de sencillo como llega se va, pero no para mí, o tal vez sea porque aún te veo a través de las ventanas y en los coches rojos que circulan en mis calles y es por eso que no pueda sacarte de mi corazón, o de mi mente, o de las dos partes, porque yo te amé con la razón y con el corazón.
Pediré una pizza, tú sabes que aunque me gusta la cocina cocino poco, además sólo lo hago cuando tengo invitados, no para mí. Eras mi invitada de honor todos los días, mañana tarde y noche, era un placer llevar hasta tu cama el desayuno, sorprenderte con los platillos de la tarde y aunque casi siempre cenábamos fuera, por las noches me satisfacía aislar tu cansancio con algo fresco y dulce como el preludio a las escenas más románticas de mi vida.    
Quedaron dos rebanadas, las guardaré para más tarde, son las tres de la tarde pasaré el tiempo navegando por los canales de televisión a través de mi control remoto, después de dos vueltas a todos los que están disponibles encuentro una serie de moda, todos en la oficina hablan de ella, la miro sólo para formar parte de la charla cuando se de el caso. No es la gran serie como la habían platicado, un tipo resolviendo casos policiacos mientras mantiene un romance en secreto con su superior, diálogos pretensiosos y algo predecibles, me quedé dormido.
Son las cinco con quince, me levanto, voy al baño, cepillo mis dientes y lavo mi cara, regreso a la cama, me recuesto y respiro hondo, miro el techo, miro el reloj, cinco con veinticinco minutos, es hora de salir a caminar un poco, pero antes la tercera taza de café del día. Su aroma me da nostalgia por las tardes en que charlábamos de todo en el balcón, tú sonreías por cada tontería mía, veíamos los coches pasar y nos imaginábamos a dónde iban, la tarde nos hacía el motivo del día, el clima era perfecto y lo adornábamos con un par de panes dulces. Te besaba en las mejillas cada vez que te descuidabas, mordía suavemente tus manos cuando me las dabas, una tarde tu piel blanca se tornó roja de la pena que sentiste cuando me puse de pie y empecé a gritarle a todas las personas que pasaban por ahí lo mucho que te quería… ¡Señor mire usted a esta hermosa mujer, estoy enamorado de ella, la amo! ¡Joven mire, ¿ve esta hermosura que tengo a mi lado?, es la mujer con la que quiero pasar el resto de mis días! ¡Señora mire que guapa es mi mujer, estoy perdidamente enamorado de ella! Y así pude haber estado toda la tarde si no es porque me llevaste a jalones hasta la cama para hacerme el amor.
Salgo a caminar pero ya sin “el negro”, paso frente al café donde nos conocimos y me llevo uno para el camino, es fresco lo que resta del día, llevo camisa manga larga casual, tenis, pantalón tipo cargo, hace tres días que no me rasuro, mi barba se ve manchada de blanco sobre todo en el lado izquierdo de mi cara, me doy cuenta de esto porque recién pasé frente a la sucursal bancaria y pude ver mi reflejo en las ventanas que siempre lucen impecables. No llevo rumbo, sólo camino y respiro, sonrió cuando veo a las parejas con niños, siempre planeamos los nuestros, yo quería tres  y tú dos, pensábamos en los nombres y nos emocionaba imaginar como serían físicamente, yo quería que tuvieran tu nariz y tú mis ojos, yo tu color de piel y tu mi boca, la verdad es que si alguna vez iba a ser padre imaginaba a mis hijos con toda la belleza que escapaba de tus ojos, el brillo de tu sonrisa que iluminaba mis ratos tristes y el enigma que encerraba tu fino cuerpo al pasar frente a mí.  
Hasta el día de hoy no entiendo por qué te fuiste, me sigo haciendo esa pregunta todos los días, ya no guardo fotografías tuyas pero tu recuerdo se ha adherido a mi memoria, eres parte de lo que hace que mi mente funcione y que mi corazón no deje de latir. Qué fue lo que hice mal, aún no me lo puedo explicar ni encuentro a nadie que me lo pueda decir. Son las ocho de la noche y estoy sentado en la sala, tomándome el quinto y último café del día si es que no despierto por la madrugada sobresaltado por mirar de nueva cuenta tu cara junto a mí compartiendo la cama.
¡Te extraño como se extrañan las lluvias en la primavera!
¡Te extraño como se extrañan los días de playa en el invierno!
¡Te extraño como se extrañan las tardes de otoño cuando sucede el resto del año!
Pero ¡te extraño aún más como mi existencia te extraña!

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