viernes, 13 de mayo de 2011

Perales sin bigote

Coincidimos cuatro meses después del último encuentro, se miraba triste, cansado y delgado, unas sombras negras debajo de sus ojos anunciaban la falta de sueño y lo que llamó más mi atención es que no llevaba bigote.
Me contó que por fin se había armado de valor para declarársele a “rosa” sin lograr éxito, la chava lo mandó a volar en segundos, tomó la segunda opción, la de fantasear y ser feliz, pero una tarde la miró de la mano con un hombre que supuso era su novio, los vio sonriendo tontamente como lo hacen los enamorados, a Perales se le partió el corazón.
Dejó el trabajo, apenas comía y pasaba todas las tardes caminando por las calles grises de la ciudad, unas veces en el sur y otras en el norte, otras en el oriente y otras más por el poniente, comía poco y olía mal, sentí lástima por él como no la había sentido antes, pensé que vendrían sus reclamos hacia mí, pero no lo hizo, estaba confundido no entendía, había hecho todo lo que le dije y no funcionó. Le di algo de dinero y esta vez no le sugerí nada, solo le di un abrazo de despedida.
Pobre Perales, era tan feliz con la vida que llevaba, no tenía nada pero no se daba cuenta de eso y cuando despertó de su sueño murió en vida y todo por mi culpa…pero si lo tenía todo y yo se lo quité, estaba enamorado, el amor perfecto, sin sufrimiento, sin engaños, sin decepciones y yo le cambié todo, se engañó, sufrió y se decepcionó de la mujer pulcra que había creado sólo para él…
Pasé meses sin saber de su existencia, lo buscaba en cada vagón del metro, en las entradas y las salidas, cada sucursal bancaria me recordaba su nombre y cada mujer solitaria que caminaba por las calles su amor. Nunca la conocí y sólo la imaginaba, la construía en las sombras delgadas de las universitarias que tomaban la ruta a C.U. en los jardines que adornaban las plazuelas cercanas al centro de la ciudad, en el aroma del café recién hecho en las tardes de otoño, buscaba a “rosa” en el universo de la nada, la buscaba para encontrar a Perales, donde estaba ella estaría él.
Dos años después cuando me di por vencido y no lo busqué más apareció.
Bajé las escaleras rumbo a los andenes como era costumbre, me consideraba a mi mismo como parte del folclore que ofrece a los turistas el transporte colectivo, era un complemento del mismo o es probable que aquella maquinaria sea una añadidura a nuestras historias que escribimos todos los días, comenzaba por entender menos la realidad que me rodeaba. Llegué hasta el expendio de periódicos y revistas y ahí estaba en los que tienen las notas amarillistas…”hombre solitario gana la lotería” bajo el encabezado la foto de Perales con una sonrisa forzada por el momento… ¡Pinche Perales se sacó la lotería!...
Me dio gusto, le llegó el dinero a manos llenas lo que creí suficiente para curar todas sus heridas, hallaría una casa nueva lejos del recuerdo de “rosa”, se compraría ropa nueva y de mejor gusto y lo que me parecía mejor encontraría a una mujer que le haría olvidar a la que “lo abandonó”, aliviaría mi culpa. Me equivoqué.
Como el promedio de las personas que se ganan la lotería se gastó el dinero en tres años, tiempo en el que no fue posible verlo sólo intercambiar un par de llamadas; la primera para felicitarlo y la segunda para ponernos de acuerdo y vernos algún día.
Supe que lo primero que hizo cuando cobró el premio fue comprarse un auto lujoso último modelo, llegó a la casa de “rosa” y la invitó  pasear, esta lo rechazó una vez mas y él se fue. Regresó pero ahora acompañado de siete mujerzuelas que había recogido en la zona de tolerancia todas con exceso de peso y maquillaje, sonó el claxon para que su amada saliera por la ventana y lo consiguió sentenciándole: “¡no necesito de tu amor teniendo estas siete bellezas, tengo todo el dinero del mundo y podré olvidarte rodeado de placer traidora!”  
Se metió en conflictos económicos con las secretarías del gobierno que le quitaron buena parte de su fortuna, su madre murió, compró una casa nueva sin deshacerse de la anterior, sufrió un accidente automovilístico que lo dejó sin el brazo derecho, se dejó crecer de nuevo el bigote pero ahora con barba, se cambiaba cada tres días de ropa alternando entre un par de pantalones y un par de camisas.
Lo miré por la alameda dándole de comer a las aves que se atiborran frente a las bancas, no pude llegar a saludarle siempre había alguna cosa absurda a la que le daba prioridad y él quedaba para después. 
La última vez que lo vi en persona tenía el cabello muy largo y caía sobre sus hombros enredándose con sus barbas de color grisáceo, su mirada lucía perdida como si buscara al amor de su vida en cada nube que se asomaba entre los grandes árboles.
Una tarde de verano en las que camino más de lo común para evitar el calor infernal de los vagones del metro donde se combinan los aromas de la pasión, el cansancio y la impotencia llegué a un puesto de periódicos, compré el de siempre y esta vez si me llevé uno deportivo para observar a detalle en la comodidad de mi departamento las edecanes que trae en la página central.
No tenía otra opción que tomar el metro para recorrer seis estaciones, si tenía que elegir entre viajar en microbús y sortear el tráfico de esa hora o soportar el sauna en el que se convierte el metro prefería la segunda opción, total sólo sería para llegar a mi destino, el regreso podría hacerlo sin prisas.
Metí el periódico en mi mochila para leerlo más tarde no sin antes darle una hojeada a los encabezados, debía estar enterado de las noticias principales que se publicaban más tarde me enteraría  de las que no se publican, después de llevarme el último a mi boca tiré la bolsa de chocolates en el contenedor de basura que está justo en la entrada del metro. En mi mano derecha llevaba una botella de agua que contenía medio litro de lo que se convertía en agua bendita en aquellas horas, en la otra mano la correa de mi mochila que guardaba todos los documentos que entregaría mas tarde.
Pasé el cacahuate ubicado en el centro de la pequeña esfera de chocolate con un trago fresco y revitalizante, me sentía en anuncio de televisión donde el modelo está entre cascadas después de tomar la bebida rodeado de hermosas modelos que visten poca ropa dejando ver sus encantos pero tapando aquellos que están prohibidos en horario de familia, abrí los ojos justo cuando pasaba frente a una señora que vendía revistas y periódicos, no pensaba detenerme ya había hecho mis compras pero el encabezado que leí me dejó helado…”Hombre descabellado se quita la vida”… “otro más que salta del puente” “salió por la puerta fácil” en los tres la imagen de Perales…. ¡En la madre!
Tomé uno y corrí a un lugar menos transitado dentro de la estación, me senté en el suelo y leí la nota….hombre en el abandono decidió quitarse la vida…encontraron dos cartas en su bolso…esta es la foto del individuo si es usted familiar o conoce a alguno favor de reportarse con las autoridades…
En qué momento se pierde la razón por un amor no correspondido, cuáles son los límites de la realidad, somos dueños de nuestra felicidad o dependemos de alguien mas para vivir felices. Muchas veces creí que dependía de nosotros darle buena cara al mundo, pero después de conocerlo me sembró la duda. Creo que los caminos por los que transitamos diario son decorados por las amistades que construimos alejadas de las enemistades edificadas, colocamos como fondo los cuadros pintados por los amores y los manchados por los desamores quedan abandonados en el sótano de la memoria con el riesgo latente de que regresen en cualquier momento de la vida. En papel tapiz de nuestra posada luce el reflejo de las sonrisas de nuestras familias que brota una y otra vez cada que se desgasta negándose a desaparecer de la razón.
La primera carta era para Rosa, la segunda para mí. Cuando todavía estaba lúcido depositó en mi cuenta bancaria parte de su fortuna, después de todo su especialidad eran las sucursales y debió haber tenido acceso a mi cuenta con algún conocido.
Subí las escaleras que me regresaban a la ciudad, respiré profundo esperanzado de conseguir una bocanada de aire fresco del poco que le queda a la ciudad, caminé hasta una farmacia y pedí unos chocolates, pagué con un billete de cincuenta pesos, mientras esperaba el cambio entraron un par de jóvenes con pantalones a la cadera y blusa escotada dejando ver un par de tetas firmes cada una, me regalaron un sonrisa e intercambiaron otra entre ellas algo apenadas. Salí de la farmacia en dirección al centro.
 Mientras llega el momento en el que pierda la razón como Perales seguiré buscando el amor en cada esquina, en cada café, en cada farmacia, en cada estación del metro, en cada vagón y en las escaleras que me regresan a las calles transitadas por cuerpos apresurados pero sin un rumbo propio. Porque para mí el amor está ahí, en cada cadera, en cada par de tetas, en un par de ojos, en una sonrisa, en unas manos delgadas; cambiando de sitio cada vez que nosotros nos movemos de un lugar a otro. 

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