jueves, 5 de mayo de 2011

Perales

Conocí a Perales por esas casualidades que nos tiene preparadas el destino; me lo topé en el metro como topar a diario a miles de personas más, él salía mientras yo intentaba entrar.
Estábamos a 14 ºC  pero mi cuerpo sentía como si estuviéramos a menos dos grados, además caía una ligera brisa sobre mi nariz que la hacía lucir como si tuviera catarro, llevaba la cabeza cubierta con un gorro pequeño casi ajustado al cráneo, bufanda gris y guantes negros, una chamarra oscura donde ocultaba las manos del exterior cubría mi camiseta azul marino con un estampado de los “Sex Pistols”, pantalón gris y tenis cafés.  
Baje las escaleras para dirigirme a la taquilla donde expenden los boletos del metro, compré dos; uno para la ida y otro para el regreso, no acostumbro a comprar por mayoreo y menos usar tarjeta, algo que lamento cuando tengo que hacer esas interminables filas a la hora pico. Pagué con una moneda de diez pesos, mientras esperaba el cambio imaginé los lugares a donde iría ese trozo de metal, de dónde venía y a dónde iba; de mano en mano el dinero no distingue clases sociales sólo ayuda a construirlas, está con ricos y con pobres aunque sea más el tiempo en que acompaña a los primeros. 
Caminé hasta los andenes mientras observaba el abanico cultural que ofrecen las estaciones del centro histórico: “gringos” despistados con sus diccionarios baratos en mano intentando traducir los letreros de advertencia, obreros y oficinistas que visten distinto pero tienen el mismo porte; bajitos con cabello corto y muy lacio, poco bello facial y ojos achinados, ligero abultamiento de vientre que los hace ver gordos por su corta estatura, piel morena manchada por la contaminación contrastan con los europeos rubios de cabello ondulado y largas barbas que hacen juego con el azul de sus ojos, llevan mochila de excursionista en sus espaldas.
Las mujeres al trabajo de oficina con su respectivo traje que esconde sus diminutas y en algunos casos escasas curvas femeninas, cabello corto para no entretenerse en peinarlo y sin maquillaje en la cara, ya habrá tiempo para hacerlo dentro del vagón, por otro lado las extranjeras con pantalones cortos que dejan ver las pantorrillas adornadas por las marcas de la última acampada, blusas que muestran que no les importa el uso del sostén provocando la excitación de los más jóvenes, los que van a la universidad vistiéndose “pandrosos” como una forma de decirle al gobierno que no están de acuerdo con sus políticas neoliberales enredados en la tela del desorden que llevan los temas de economía política, los que pueden con barbas aparentemente descuidadas pero que en la intimidad de su alcoba alinearon cada vello y cada cabello para darle la apariencia de descuido, melenas largas como símbolo de rebeldía, de metalero, otros con dreadlocks para estar a la par de los extranjeros.
Y en el suelo niños con sus rostros manchados por la inocencia acompañan a señoras con vejez prematura que desconocen los programas de planificación familiar mientras visten harapos intentando vender golosinas a precio de remate.
El ruido que anuncia la llegada del siguiente tren interrumpió el intercambio de miradas entre una joven mujer que se perdió en el tumulto y yo que caminé hasta la puerta del vagón, sin prisa sabiendo que no alcanzaría a entrar si no lo hacía a la fuerza, algo dentro de mí me dice que el próximo no vendrá tan lleno.
Cuando entró el último pasajero salió como botón de camisa de gordo, dejando caer un portafolio verde que se abrió al momento de impactarse contra el piso lo que provocó que toda la papelería que llevaba dentro volara por los aires como las plumas cuando se sacude un gallinero. Y es que no hay otra manera de describir la gracia que me causó desde el primer día que lo conocí.
Le ayudé a levantar aquel desastre de hojas, pude ver que unas llevaban sellos de sucursales bancarias, otras más marañas de tinta asemejando firmas importantes, solicitudes en blanco, cv con su fotografía, bolígrafos baratos imitación de mont blanc, lápices y borradores entre otras cosas que no distinguí.
Nos pusimos de pié y me agradeció, y es que no es fácil que en estos tiempos alguien te eche la mano, todos andan de prisa y con mal humor me dijo, no saben disfrutar la vida, yo siempre la disfruto con una sonrisa, me ofreció su mano y se presentó; Perales mucho gusto amigo…
Cuando me dijo amigo pensé que era una mera expresión sin imaginar que a pesar de su personalidad presa de las burlas iba a congeniar con el  parco ermitaño y poco tolerante que llevo dentro de mí.
Después del apretón de manos me dijo una serie de cosas que no recuerdo, seguramente una sarta de pendejadas, yo estaba entretenido buscando a la joven de mirada coqueta de hace unos minutos, no la encontré y volví con Perales.
Luego de preguntarme si llevaba prisa me invitó a tomar un café como muestra de agradecimiento de lo que había hecho por él… ¡pero qué chingados hice no le salvé la vida a nadie sólo le ayude a levantar su portafolio!… Por razones que aún no entiendo acepté, total no llevaba prisa ni compromiso, mi rumbo era la casa de una vieja que me andaba parchando y quería contentarla luego de una escena de celos de ambos.
Yo pedí un chocolate caliente para el frío, él pidió café con leche, nada más. Me dijo que era su hora de descanso, se dedicaba a cobrar deudas de la gente con los bancos o algo así, que tenía un sueldo de dos mil pesos al mes pero lo que realmente le dejaba eran las comisiones por cobro y venta de no se que chingados, no le estaba poniendo mucha atención, más bien estaba saboreando el dulce chocolate mientras miraba descaradamente el culo de una morena que pasaba frente al lugar hablando por su móvil… ¡no hay nada mejor que un buen par de nalgas, las tetas tienen lo suyo pero unas nalgas son otra cosa!...
¡¿Qué carajos haces en un lugar ganando dos mil pesos al mes?!...como si estuviera escuchando mis pensamientos me sorprendió diciéndome: pensarás que gano muy poco y que es una friega la que me pongo visitando clientes y posibles clientes, pero no te puedes quejar cuando tienes la posibilidad de conocer a mucha gente…¡gente que te manda a la chingada y se da de topes cada vez que te ve llegar a su casa!… además tengo que ayudarle a mi madre con los gastos de la casa... ¡que sorpresa! a tu edad y viviendo con tu madre
El rato con Perales -salvo el chocolate caliente- fue una pérdida de tiempo, no dejó de hablar de clientes y cuentas bancarias, de bonos por puntualidad y comisiones por ventas, se abstraía del mundo creándose uno propio en el que todo giraba en torno a su trabajo, ni siquiera hablaba de sus compañeros, dudo que lo trataran con respeto.
Pasó una hora cuando me decidí a levantarme de la mesa ¡Perales tengo que irme hay una nalga que consentir! le dije en un tono presuntuoso, suerte yo más tarde iré a declarármele al amor de mi vida me dijo. No pude creer lo que escuchaba el tipo estaba enamorado y tenia el valor de declarársele a una chava, estuve a punto de sentarme de nuevo pero mi compromiso no me lo permitió, ya no era la chava con la que andaba sino un trabajo que tenía que entregar a unas personas del gobierno. Me despedí después que le hice la invitación para vernos la siguiente semana incitándole que me pusiera al tanto de su cita romántica.
Tomé mi chamarra y salí del lugar rumbo a la estación del metro más cercana, mientras caminaba registraba el número de Perales en mi teléfono móvil al mismo tiempo que se me escapaba una sonrisa al recordar a aquel personaje tan pintoresco… ¡Perales!... me perdí entre las tiendas improvisadas de la acera y el caminar de la gente que producen las grandes ciudades.
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